05 marzo 2008

besos sin queso


Con 23, estamos en esa fase de las no/relaciones, en la que te saludas besando las comisuras de los labios.
En esa fase en la que recuerdas perfectamente el sabor de su cuello pero no cuántos hermanos tiene.
La fase en la que el día a día no incluye al otro y no tienes “nuestro bar” o “nuestro aperitivo de los domingos”. No tienes “nuestra película favorita” o “nuestras fotos del verano”. No hay proyectos para las vacaciones y lo más parecido al futuro es un “te llamaré mañana”.
La fase en que los nombres de la mayoría de sus amigos son sólo nombres y no caras. En que las llamadas tienen siempre un motivo, el que sea, además de escuchar la voz del otro.
La fase en la que cuando cruza la puerta no queda nada que demuestre su existencia, y los mensajes dejan de ser 160 caracteres para convertirse en pruebas de su realidad más allá de nuestras cabezas.
La fase en la que unos ojos hinchados, un malentendido o un comentario inconveniente pueden acabar con la atracción para siempre. La fase en que ante la ausencia de pasado, ante la falta de referencias, todo lo que ocurre se juzga como esencia y no como circunstancia.
La fase en la que cuando el otro cruza la puerta, la suspicacia, la incredulidad y la inseguridad se cuelan por todos los huecos y rendijas -además de por la ventana-.

La fase en la que pidiendo la comida en un restaurante cualquiera, puede llegar a sorprenderte que no le gusta el queso.

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