07 agosto 2007

ego & I


Mis padres se casaron cuando no habían cumplido 25 años.
Un año después tuvieron su primer hijo. Después de otros tres, el segundo.
A la edad que yo tengo ahora, sus niños iban a la escuela y se hacían heridas con la bici en las rodillas.
Y yo, que puedo pasar semanas sin llenar la nevera. Sin dormir en casa. Que no recuerdo la última vez que cociné. Que puedo salir fuera de mi país al menos tres o cuatro veces al año. Que no tengo niperronigatonipeces. Que vivo con el dinero que mi padre ganaba para mantener a una familia, soy feliz con mi vida de monodosis y tamaño de viaje.
Soy feliz con mis bandejas de comida para calentar en el microondas. Mi periódico de los domingos al sol. Mi armario del baño repleto de cosas que no voy a usar jamás. Mis dos balcones. Mis tardes de compras los viernes. Mis cañas de todos los días. Mis libros y mis discos. Mi cama para dormir en diagonal. La ropa interior que desborda los cajones. Soy feliz con mi agenda llena de gente que entiende la felicidad como yo la entiendo.
Pero a veces, cuando alguien se acerca lo suficiente a mi vida como para hacerme pensar como cambiaría si nunca volviera a alejarse, cuando alguien, como Elchicoquevaadestrozarmeelcorazón se acerca hasta dejarme ver lo feliz que podría dejar de ser intentando serlo, me veo apretando los dientes y cerrando los ojos. Calculando mentalmente si la resta después de sumar puede acabar dando en algún caso un resultado positivo.
Y es ahí, con las uñas clavadas en las palmas de las manos, cuando pienso si al final toda la felicidad de hoy, todo el hedonismo, no me va a convertir en alguien tremendamente infeliz mañana.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues si sigues sin crear lazos con nadie, es muy posible, para qué nos vamos a engañar. La gente acaba haciendo su vida sin tí, para bien o para mal.

Pero vamos, si es lo que te gusta, y crees que el riesgo vale la pena...

Anónimo dijo...

Por hoy sólo vive, en realidad es lo único que tienes.