17 febrero 2008

sobremesa de domingo por la mañana


En el calendario, en el reloj, hace dos días que 23 se ha marchado al fin del mundo.
A Miilusión le parecen dos años, a Miorgullo dos segundos y a Mimiedo dos horas.
Estamos los cuatro sentados tratando de decidir qué se hace con la gente que se marcha sin despedirse, o que lo hace de manera estrafalaria.
Miilusión lo disculpa todo. Cada cual vive como quiere, dice. ¿Acaso no haces exactamente lo mismo?, ¿por qué siempre juzgas a los demás usando el rasero de tus propios comportamientos?. Los demás no son tú.
Miorgullo golpea la mesa enfadado: ¡pero qué se ha creído, nadie tiene derecho a tratarnos así!. Mimiedo les mira deseando que se callen, que se callen y se distraigan con cualquier otra cosa. Propone leer, pero no le hacemos caso porque seguimos discutiendo.
Miilusión recuerda. Todo el rato. Palabras y frases sueltas, noches enteras de caricias, comentarios, esfuerzos, actitudes y abrazos tan largos y apretados como innecesarios. Mimiedo, que abraza golpeando la espalda como los antiguos, le acusa de pensar con el corazón. Cada órgano cumple una función, si quieres darle vueltas a algo, usa la cabeza. El corazón está para actuar sin detenerse en reflexiones.
Miorgullo asiente ante esta frase y busca en la agenda del móvil el número de 23 para borrarlo. Miilusión se lo arranca de un manotazo. Escribe un mensaje que dice que sentimos que no hubiera despedida. Lo repasa. Le parece importante denotar que sabe que nosotros también tenemos algo de culpa.
Miorgullo le quita el móvil de las manos. Edita el mensaje y añade un par de frases. La clase de frases que hacen reir a 23 y por extensión a sus amigos. La clase de frases que rebajan el contenido sentimental con chistes afilados como cuchillos.
Mimiedo ha ido a por ibuprofeno a la cocina para aplacar el dolor de rodilla.
El mensaje está escrito.
Miilusión busca el botón verde. ENVIAR. Miorgullo grita que de ninguna manera puede hacerse eso antes de una semana. Mimiedo, conciliador, propone esperar tres o cuatro días.
Nos ponemos de acuerdo, guardamos el mensaje en borradores vigilándonos los unos a los otros para asegurarnos de que nadie lo va a cambiar o enviar sin contar con los demás. Pero parece que estamos de acuerdo.
Cogemos un libro, y tres páginas después, Mimiedo, que no ha conseguido concentrarse en una sola línea se pone a llorar. Habla de desconocimiento, de anticiparse a la realidad. Habla de las diferencias entre 23 y nosotros. De nuestra capacidad para rellenar huecos con cosas que nos gustan y casi nunca existen. De nuestra falta de perseverancia. Y cuenta otra vez la misma anécdota. Ésa de la batalla ganada con el Cid muerto y a caballo dentro de su armadura. Esa que confirma que no hacía falta Cid para ganar una guerra, que bastaba con la idea de Cid.
Nos reprocha –otra vez- que 23 no es una realidad, es sólo la idea que nos hemos inventado. Nos llama románticos, precipitados, y débiles.
Miorgullo asiente. Miilusión grita.
Yo voy a la cocina a buscar otro ibuprofeno.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Supongo que el hecho de que 23 se haya marchado sin despedirse es una putada, pero si te hace escribir cosas cómo esta por lo que a mí respecta puede irse al infierno.

Sincero, fresco, diferente e irónico. Escrito desde las entrañas pasando por la cabeza. Para mí lo mejor que te he leído. Te felicito dese el pésame

Soltero con Hijos dijo...

Coño: la cuatrigamia está prohibida por el código penal. El muchacho se ha asustado.