Hace unas cuantas noches, estaba tomando vinos en una terraza de mi barrio cuando entre el goteo de acordeonistas, violinistas, trompetistas, claquetistas, y vendedores ambulantes se acercó a nuestra mesa un anciano marroquí. Iba cargado con una alfombra y un tambor. Cuando estaba justo al lado de mi silla, a menos de medio metro de mi oreja, lo golpeó con violencia gritando: ¡barato!, ¡barato!
Y me pareció que el viejo usaba un argumento de venta realmente absurdo.
Porque nadie jamás va a desear un tambor porque cueste poco. Para comprar un tambor, lo primero es el deseo de tenerlo -porque suena bien, porque es bonito...- y luego, una vez que lo deseamos, llega el paso de comprarlo –porque es barato-.
Pensaba en eso cuando recordé una conversación con 23. El día en que le dije que quería tener una relación, y me parecía que él era la persona adecuada para hacerlo.
Y recordé su gesto, como si le hubiera golpeado un tambor en la oreja gritando ¡barato!, ¡barato!