
Algunos días –el jueves, el viernes- me siento como esas dueñas de los burdeles en las películas del oeste. Ésas que siempre se acuestan con el vaquero protagonista y ocupan el papel de confidente en sus vidas. Ésas que escuchan las confesiones de amor o desamor para terceras y sonríen desde el porche en el plano final de la película, el del beso entre la chica y el chico.
Y no es que quiera ser una joven rubia y tonta hija de colonos, pero creo que después de casi un año acostándome con novios, maridos y amantes de otras, este papel está empezando a encasillarme.